El Alcázar de Madrid, incendio, fantasmas, exorcismos…

El Alcázar de Madrid, incendio, fantasmas, exorcismos…

 

Tras el incendio en la Nochebuena de 1734 del Alcázar, se empezó a construir el que hoy llamamos Palacio Real. Las leyendas hablan de muerte, fantasmas, espíritus, exorcismos y hasta de apariciones de animales. En ese tiempo se hablaba de duendes, fantasmas, obreros muertos, el paso del tiempo avivó mas el mito esotérico.

Tabla de contenido

Incendio del Alcázar

Los cuadros y tesoros

La Huerta de la Priora, el Pasadizo de la Encarnación y la Casa del Tesoro

Leyendas y mitos

Curiosidades

Galería de fotos

Vídeos del Alcázar

Incendio del Alcázar

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Su origen como Castillo, y el estilo sobrio que impusieron los primeros Austrias, no eran muy del gusto de Felipe V, que prefirió el palacio del Buen Retiro como residencia.

El 24 de diciembre de 1734, a las doce y cuarto de la noche, tras el cambio de guardia, los soldados apreciaron llamaradas en el lienzo de la Priora, que cae a Poniente.

Dieron rápidamente alerta para evacuar el edificio. De su interior surgieron velozmente criados y palafreneros, que intentaron poner a salvo algunos de los tesoros que el Alcázar albergaba.

Ante la violencia del fuego, al que nadie atacaba por su ardiente flama, cargaron cinco carros con siete caballos y mulas cada uno, «con oro, plata, joyas y monedas del ajuar de los infantes y salieron arreando», según cuentan las crónicas.

Los monjes del convento cercano de San Gil repicaron las campanas, pero el aviso fue ignorado durante un buen rato. Al oír las campanadas, la gente creyó que era la llamada para la Misa del Gallo.

Monjes y  centinelas despertaron a los que residían en el castillo para desocuparlo rápidamente, alejaron de allí a las familias y a la marquesa de Fuentehermoso .

El día del incendio la familia real no estaba en el lugar, lo que significaba que había poca gente. Esto retardó la llamada de alarma pero también evitó pérdidas humanas, aunque el desastre se cobró la vida de una mujer.

Los cerrajeros llegaron al Alcázar ya con las llamas muy altas y comenzaron a abrir puertas y puertas. De allí había que sacar cuadros, tapices, muebles, libros y el archivo documental de la corona.

Era imposible hacer esto con un poco de orden, por lo que salieron por las ventanas de mala manera y amontonados sin ningún cuidado.

En aquel momento los cerrajeros reales fueron vitales para salvar aquel patrimonio. Así lo cuentan algunos documentos de la época.

Ellos eran parte importante en la vida de los reyes, y fabricaban complejas cerraduras para asegurar algunas estancias. Tener la llave de algunos lugares demostraba ser un hombre importante y únicamente el rey tenía una llave maestra.

A continuación, trajeron a uno de los cerrajeros reales que se apellidaba flores, que pudo entrar en la Capilla Real y cargó con todos los objetos de valor que pudo.

Recuperaron los objetos religiosos que se custodiaban en la Capilla Real, además de dinero en efectivo, oro, plata y joyas de la Familia Real, como la Perla Peregrina y el diamante El Estanque. A las cuatro de la mañana se derrumbaba la capilla.

Los cuadros y tesoros

Por miedo a que se produjeran saqueos, los cerrajeros reales solo permitieron acceder al interior a los cortesanos y a los religiosos.

Cuando el fuego se extendió en dirección al Salón Grande, donde cientos de cuadros cubrían las paredes, los improvisados bomberos sacaron de sus marcos los lienzos que estaban en la parte baja, y los lanzaron por las ventanas.

Entre los cuadros salvados se encontraban Las Meninas de Velázquez, que fue arrojado por una de las ventanas, y el retrato ecuestre de Carlos V en Mühlberg de Tiziano, oscurecido por el humo en la parte de abajo.

Una parte de las colecciones de cuadros había sido trasladada anteriormente al Palacio del Buen Retiro, para protegerla de las obras de reforma.

Este incendio destruyó para siempre el viejo alcázar, cuyos últimos muros fueron derribados definitivamente en 1738.

El fuego empezó en la habitación del pintor de Corte Jean Ranc, donde un grupo de mozos del palacio incendiaron por accidente uno de los cortinajes de la estancia.

El traslado en un momento anterior de algunas de las obras de arte y la rapidez con la que surgió la propuesta de crear un nuevo palacio en esos mismos terrenos alimentaron la sospecha de que el Monarca no hizo nada para apagar las llamas, sino que quería que se destruyese.

A pesar de los esfuerzos, unos 500 cuadros, sucumbieron en el incendio. La expulsión de los moriscos de Velázquez, una de sus obras más valiosas, y el retrato de Felipe IV de Peter Paul Rubens, piezas americanas regaladas a los Reyes de España a lo largo de dos siglos fueron algunas de ellas.

Durante cuatro días, el fuego fue consumiendo el palacio hasta solo dejar un par de fachadas y la torre del Príncipe, la de Carlos I, en pie.

Las joyas más emblemáticas de la Corona, como la Perla Peregrina y el diamante El Estanque, pudieron ser rescatadas, muchos objetos de plata y oro quedaron fundidos por el calor y los restos de metal tuvieron que recogerse en cubos.

Sin embargo, también se perdieron documentos pertenecientes al Archivo de las Indias, las Bulas pontificias y demás papeles de todas las materias del Estado, cuya importancia es inestimable a nivel histórico.

De Velázquez eran también un retrato ecuestre del rey, y tres de los cuatro cuadros de la serie mitológica (Apolo y Marsias, Adonis y Venus, y Psique y Cupido), de la que sólo se recuperó el Mercurio y Argos.

Otro de los grandes pintores del que se perdieron numerosas obras fue Rubens. Entre sus bajas podemos citar un precioso retrato ecuestre de Felipe IV especialmente querido por el retratado, y que ocupaba un lugar de privilegio en el Salón de los Espejos, enfrente del famoso retrato de Tiziano Carlos V en Muhlberg.

Del cuadro destruido de Rubens queda una buena copia en los Uffizi de Florencia. También se perdió de Rubens El rapto de las Sabinas, o las veinte obras que adornaban la Pieza Ochavada, con series como la de los «Doce césares» de Tiziano, presente en el Salón Grande, conocida actualmente por copias y una serie de grabados de Aegidius Sadeler II.

También se quemaron dos de las cuatro Furias que había en el Salón de los Espejos (las otras dos están en el Museo del Prado).

Además de los citados, se perdió una invaluable colección de autores con obras que (según los inventarios) eran de Tintoretto, Rubens, Veronés, Ribera, El Bosco, Brueghel, Sánchez Coello, Van Dyck, El Greco, Aníbal Carracci, Leonardo da Vinci, Guido Boloñés, Rafael de Urbino, Jacobo Bassano, Correggio Lucas Jordán, Claudio Coello y Carreño de Miranda, van Dyck, José de Ribera… entre otros muchos.

500 obras se perdieron, pero podemos admirar otras 1.038 obras de arte que fueron salvadas del incendio por frailes del cercano convento de San Gil.

Se hallaban más de 2.000 lienzos que formaban la mejor colección de pinturas del mundo, coleccionada desde tiempos de Isabel I de Castilla y legada a sus herederos.

Tiziano, Tintoretto, Ribera, Durero, Leonardo, Brueghel… habían incrementado el patrimonio real a partir de Felipe II y su hijo.

De la etapa de Felipe IV, el más refinado de los monarcas, procedían numerosas obras de Diego Velázquez y Pedro Pablo Rubens, algunos de cuyos magníficos lienzos, como un retrato ecuestre del rey, realizado por el pintor-embajador flamenco, y La expulsión de los moriscos, además de otros de trasunto mitológico, como Apolo, Adonis y Venus, del genial sevillano ambos, fueron devorados por las llamas.

Provisionalmente, la obra salvada fue custodiada en edificios próximos, como el Convento de San Gil, la Armería Real, la Casa del Arzobispo de Toledo o la del marqués de Bedmar. Buena parte de ella había pasado previamente o pasó más tarde al Buen Retiro y hoy constituye uno de los núcleos fundamentales de la colección de pintura del Museo de El Prado.

Quizás el más célebre de todos los cuadros quemados sea la Expulsión de los moriscos de Velázquez con el que ganó un concurso en 1627, en el que participaron tres pintores del rey, Carducho, Cáxes y Nardi. Este premio le precisó el cargo de ujier de cámara y méritos para obtener licencia y ducados.

La Huerta de la Priora, el Pasadizo de la Encarnación y la Casa del Tesoro

La Huerta de la Priora fue anexionada a las posesiones reales en el año 1556, aunque el jardín no empezó a construirse hasta 1567.

Se trataba de una antigua huerta de origen medieval, que se estableció sobre unos terrenos muy irregulares, que tuvieron que ser nivelados para poder ser ajardinados.

Tomó su nombre de la Fuente de la Priora, situada muy cerca de la Encarnación, una pieza clave en todo el entramado de jardines del alcázar.

Alrededor de la Fuente de la Priora se estructuró un sistema de canalizaciones, que proveía de agua a las plantaciones y fuentes de ornamentación, mientras que el agua sobrante era desviada hacia el Arroyo de Leganitos. Las obras  fueron encargadas al arquitecto Joan Prieto y debieron comenzar en 1568

Por el lado sur, se izaba la Casa del Tesoro, nombre con el que se conocía al complejo formado por las Casas de Oficios, las Cocinas Nuevas y la propia Casa del Tesoro.

Hacia el este, donde surgía el villorrio de la ciudad, fueron construidos varios edificios, que no solo hacían de retención, sino que también aislaban el recinto de las miradas y ruidos de la calle.

Por el interior tenían paredes ciegas y por el exterior diversas dependencias, en una de las cuales terminaría instalándose, a principios del siglo XVII, la tahona y panadería del rey.

Varios años después de fundarse el Monasterio de la Encarnación (1611-1616), Felipe IV (r. 1621-1665) ordenó intervenir en esta zona para crear un corredor que comunicase directamente el alcázar con el convento.

Se preservaba así la intimidad de los miembros de la familia real cada vez que acudían a sus obligaciones religiosas.

Conocido como Pasadizo de la Encarnación o Paredón de Balnadú, por su proximidad con la puerta medieval homónima o, tal vez, por haberse construido con materiales procedentes de la misma, este pasillo se convirtió en un auténtico espacio de arte.

Llegó a acoger al menos 271 pinturas y esculturas, según consta en el inventario que se hizo tras la muerte de Carlos II (r. 1665-1700).

Durante el reinado de Felipe V (1700-1746) estas instalaciones fueron habilitadas como sede de la Biblioteca Real de Palacio, antecedente de la Biblioteca Nacional de España, a partir de un proyecto del arquitecto Teodoro Ardemans (1661-1726).

Todo ello hizo de la Huerta de la Priora un espacio cercado por todos sus flancos, sin conexión directa con el Real Alcázar y sin ningún tipo de relación axial con el mismo, casi más próximo al concepto medieval de jardín, como un lugar cerrado y recogido, que al ideal renacentista de apertura al exterior y confluencia con la naturaleza.

La Huerta de la Priora, el Pasadizo de la Encarnación y la Casa del Tesoro sobrevivieron al incendio del alcázar de 1734. En 1809 se decretó su destrucción y, años más tarde, se levantaría sobre su solar la Plaza de Oriente.

Leyendas y mitos

Para saber el origen de estos fantasmas, hay que remontarnos a la conquista de Madrid (Magerit) por el califa de córdoba Muhammad I que allá por el 865 construye una fortaleza en las ruinas de la atalaya romana, que se hallaba situada en un promontorio junto al río, para poder así vigilar los pasos de la sierra de Guadarrama y ser punto de partida de sus guerras contra los reinos cristianos del norte.

De este período, se conservan algunos restos aun en la zona:

la muralla árabe de la Cuesta de la Vega, la atalaya de la Plaza de Oriente y algunas otras, hoy en día formando parte de los cimientos de muchos edificios privados.

Las crónicas de entonces  cuentan que los terrenos que estaban entre la Cuesta de San Vicente y San Francisco el Grande, eran habitados por duendes, brujas y fantasmas, que por haber visto perturbada su paz, se aparecían dando gritos y amenazando a todo aquel que se adentrara en sus dominios, hasta el punto que pocos se atrevían a acercarse en cuanto oscurecía.

Con la caída del reino taifa de Toledo en manos de Alfonso VI de Castilla, Magerit es reconquistada en 1085 y es entonces, cuando el Rey decide construir sobre la fortaleza musulmana El Alcázar (así se llamó durante mucho tiempo).

A partir de ahí se recrudecen los fenómenos:

Obreros muertos en extrañas circunstancias, apariciones de seres fantasmagóricos, desapariciones de obreros y materiales, etc., y se refuerza la leyenda; los duendes y fantasmas al haber sido despojados de sus propiedades se habían conjurado para vengarse.

En la Nochebuena de 1734, tuvo lugar el suceso más importante; el edificio construido de madera en su totalidad, se incendió y se vio reducido a cenizas (estuvo ardiendo durante 3 días enteros).

Durante el incendio, las crónicas cuentan que se escuchaban voces lastimeras y otras de gozo, no habiendo nadie dentro de Palacio.

La tragedia, donde falleció una mujer, fue el pretexto perfecto para poder derrumbar por completo todo el edificio y levantar un nuevo palacio en el solar.

El arquitecto italiano Filippo Juvara ideó un monumental proyecto inspirado en el Palacio del Louvre de París. Las obras duraron unos treinta años.

El nuevo edificio fue habitado por primera vez por Carlos III en 1764. Las obras concluyeron en el reinado de Fernando VI.

Curiosamente, Jean Ranc el pintor francés en cuya habitación comenzó el fuego, murió seis meses después del incendio, sumido en una fuerte depresión.

Felipe V decide construir otro Alcázar, esta vez quería uno tipo Versalles y se lo encarga al arquitecto italiano Filippo Juvara, que hace el proyecto de un colosal edificio tres veces mayor que el actual y decide que el emplazamiento del antiguo Alcázar no era adecuado para una obra de tal envergadura, y se decanta por los altos de San Bernardino, (en la actualidad la calle Isaac Peral).

No obstante Juvara muere dos años antes de poner siguiera la primera piedra (dicen que fue la venganza de los espíritus) y el Rey le encarga la construcción a Sachetti, y trabajaron con él otros dos arquitectos muy populares, Ventura Rodríguez y Francesco Sabatini que modifican del todo los planos y aceptan su ubicación actual.

La obras comienzan en abril de 1738 (la primera piedra está colocada a 11 metros por debajo de la puerta principal) y con las obras, volvieron de nuevo los fenómenos.

Durante la construcción se rumoreaba la existencia de fantasmas o demonios que trepaban por sus muros aun sin concluir ante el asombro y miedo de los obreros.

También hubo «accidentes laborales» achacados a espíritus malévolos que empujaban al vacío a los trabajadores.

El propio capataz de las obras, juraba y perjuraba haber visto escalando la muralla a dos seres, mitad fantasmas, mitad demonios (con rabo y cuernos) envueltos en sábanas.

Al principio se pensó en locura del capataz, pero poco a poco todos los obreros empezaron a verlos, se pusieron vigilantes y los “seres” dejaron de trepar.

Pero… días después, un obrero que estaba tirando plomos en las paredes de Palacio, cayó repentinamente al vació, el resto de los obreros, aseguraron, incluso juraron ante la Inquisición, que habían visto una enorme sombra que sobrevolaba sobre ellos y que empujó a su compañero hasta que cayó al vacío (por una de sus fachadas el desnivel es inmenso, tanto que en alguna de ellas existen hasta nueve niveles). Ante estas manifestaciones maléficas, Felipe V decide hacer un exorcismo.

Como curiosidad, el exorcista, recurrió a bañar a todos los obreros en agua bendita y a colgarles multitud de escapularios e imágenes de Santos.

No obstante, los sucesos extraños siguieron, y fueron muchos los obreros que abandonaron poseídos por el miedo, y la terminación de palacio se ralentizaba cada día más.

La esposa del rey, Isabel de Farnesio, una mujer con fama de supersticiosa, también relaciona sus sueños a esta construcción.

Cuenta la leyenda que tras una espantosa pesadilla en la que veía como un gran terremoto asolaba Madrid,  y que las estatuas que adornaban la balaustrada de la cornisa superior (estatuas de todos los reyes españoles desde los visigodos hasta los de emperadores incas y aztecas, de los cuales, los monarcas españoles se consideraban herederos) caían sobre ella.

Inmediatamente ordenó que fueran quitadas y situadas en la plaza de Oriente, siendo repartidas por distintos puntos de Madrid y de otras provincias (en el paseo de Sarasate de Pamplona están las de los Reyes navarros).

Quiso así poner a salvo su vida de una premonición en la que moría aplastada por una gran estatua. Pero el sueño persistía, y la reina consultó con un vidente que hizo su diagnóstico:

“No es un terremoto lo que la reina ve en sueños y hace caer las estatuas, son los fantasmas de palacio que intentan vengarse”.

Al finalizar las obras, y para que el arquitecto no pudiese construir otro palacio igual, Felipe V ordenó que le sacaran los ojos y le cortaran los brazos y la lengua.

Cuenta también la leyenda que una de las cabezas que adorna el frontispicio del Palacio representa a uno de los arquitectos y que algunas noches se oyen voces y ruidos y se mueven muebles en salas cerradas, provocados por él.

Pero mucho antes, otro rey, Carlos II el Hechizado, fue sometido a un exorcismo en Palacio en 1698.

Se llegó a asegurar que el monarca fue embrujado, cuando tenía 14 años, con un chocolate en el que se diluyeron los sesos de un muerto.

Se atribuyó el hecho a su madre, que habría sido ayudada por su valido Valenzuela, el duende. Y es que ya por esos años se hablaba de un duende que recorría las estancias del Palacio asustando a propios y extraños.

Pero como suele ocurrir con muchas leyendas e historias antiguas, en esta ocasión terminó con nombre y apellidos, pues el susodicho duende burlón pudo ser un confidente sigiloso de María de Austria. Apresado finalmente, convirtió su vida en una leyenda de espías.

Y si sus muros fueron testigos de hechos que muchos calificaron como paranormales, su entorno también ha pasado a la historia con leyendas de misterio.

Es el caso del Campo del Moro, un bello jardín palaciego que en sus orígenes sirvió de escenario de torneos y cacerías y que, con el paso del tiempo se trastocó en paraje fantasmal para la aristocracia.

Mucho se habló del fantasma embozado del Campo del Moro -quizá para tapar embarazos no deseados- y del oso desaparecido.

Cuenta la leyenda que el rey Juan II, aunque tildado de homosexual, pobre de carácter y fácilmente influenciable, fue muy bien recibido por el pueblo de Madrid.

Se le obsequió con un osezno y su domador, que fueron instalados en el Campo del Moro. El adiestrador amaestró al animal violentamente. Una noche, el oso se escapó de su jaula y al día siguiente desapareció su domador.

En las noches de luna llena los centinelas contaban que se oían pisadas, gruñidos y gritos humanos. Algunos afirmaron haber visto entre los árboles las sombras de un animal y una persona que huía de sus garras.

De vez en cuando se escuchan los gruñidos del animal y los alaridos de su adiestrador, un húngaro que desapareció la noche que el oso abandonó su jaula para siempre…. 

Curiosidades

Aunque su nombre real es el Palacio Real, también es conocido como Palacio de Oriente por situarse en la plaza que lleva este nombre, la curiosidad es que el Palacio Real está en la parte más occidental de Madrid.

El Patio de Armas, que por uno de sus laterales comunica mediante una verja de hierro con la Catedral de la Almudena.

Sus bóvedas están pintadas por los mejores de cada época, Goya, Velázquez, El Greco, Rubens, Tiepolo, Mengs, Caravaggio, Vicente López. Algunas colecciones reales importantes históricamente se mantienen también, incluyendo la Armería Real con armas y armaduras que datan del siglo XIII en adelante.

El palacio consta de 50.000 m2, con 870 ventanas, 240 balcones y 44 escaleras. Tiene tres plantas y cuatro entreplantas, debajo y encima de cada una de las principales. Las fachadas del palacio miden 130 metros de lado por 33 de alto.

Las 870 ventanas y 240 balcones se abren a fachadas y patio. En total el palacio posee unas 2.800 habitaciones. La mesa del comedor de gala tiene capacidad para 145 comensales.

Hubo un tiempo en el que el Palacio Real fue republicano. Una de las curiosidades es que durante la II República, el entonces presidente Manuel Azaña residió en él. Eso sí, durante ese tiempo se denominó Palacio Nacional. Técnicamente, Azaña fue el último jefe de Estado que residió en él e incluso hay una dependencia que aún se sigue conociendo como «el despacho de Azaña».

Otra curiosidad es que en la fachada principal, en la parte de arriba, hay dos grandes estatuas junto al escudo de España que representan a dos reyes visigodos (en el resto de la plaza también hay muchas esculturas de reyes visigodos, por cierto) que son Recaredo II y Ervigio pero curiosamente los nombres que aparecen en sus pedestales no son esos.

Las estatuas de reyes que ornamentan la Plaza de Oriente estaban pensadas para decorar la cornisa superior del palacio, pero se revelaron demasiado pesadas para ello por lo que amenazando su caída, se bajaron a la plaza colocadas en los pedestales que hoy ocupan.

En el Palacio Real no viven los reyes. A pesar de que oficialmente es su residencia. Las dependencias de Palacio Real se utilizan para ceremonias oficiales, recepciones, encuentros de Estado, etc. Se da la circunstancia de que en muy contadas ocasiones, en verano, el rey Juan Carlos I ha hecho estas recepciones al aire libre, en los jardines del Campo del Moro.

Hay espacio suficiente para poner casi cualquier tipo de habitación que se nos ocurra. Tanto es así que el Palacio Real dispone de hasta una farmacia. Se trata de la Real Botica que aún hoy sigue existiendo y que dispone de varias estancias como la sala de destilaciones. La Real Botica está reconstruida tal y como era en tiempos de Alfonso XII.

Hasta el siglo XIX era habitual que los monarcas comieran en la antesala de sus habitaciones. Esta tradición, nacida en Francia con Luis XIV, se denominaba «le petit couvert» (el pequeño cubierto), en el que el monarca comía solo o con personas muy próximas a él. En cambio, en «le grand couvert» (el gran cubierto), celebrado también en los gabinetes privados, el monarca se reunía con su familia y algunas de las mas relevantes personalidades de la Corte.

En diciembre de 1879, fecha en que se inaugura el comedor de gala con motivo del segundo matrimonio del Rey Alfonso XII con la Reina María Cristina de Habsburgo-Lorena, se utilizaba para las grandes recepciones el salón de columnas, pero el monarca, abatido, porque en este salón habían velado a su primera esposa, la Reina María de las Mercedes, prohíbe utilizarlo para comidas. Es entonces cuando manda construir dicho comedor en los salones que dan a la fachada de los jardines del Campo del Moro.

El Salón de Columnas, ha servido como escenario de importantes acontecimientos. La firma del Acta de Adhesión de España a la Comunidad Económica Europea (la actual Unión Europea) o más recientemente el acto de abdicación del rey Juan Carlos I  Sin embargo, su origen fue curioso. Durante los primeros años del Palacio, en este salón, cada Jueves Santo, los reyes celebraban el «Lavatorio y Comida de los Pobres» en el que daban de comer y lavaban los pies a 25 pobres ante las más altas autoridades de España.

El Salón del Trono, sin duda la estancia más espectacular. Y la más fiel a sus orígenes porque desde que se concluyó en 1772 no ha cambiado ni su forma ni su función. Se da la circunstancia de que contiene algunas estatuas que se rescataron del Alcázar, que ocupaba el mismo lugar que el Palacio Real.

Es el más grande de Europa Occidental. Tiene 135.000 metros cuadrados y 3.418 bellas habitaciones.

Carlos III fue el primer rey en habitarlo. A pesar de que se empezó a construir en 1738, tardó mucho en finalizarse, por lo que ni Felipe V, ni su sucesor pudieron verlo terminado.

La construcción del Palacio Real fue sufragada con los beneficios del tabaco. Desde el año 1730, Felipe V había considerado el tabaco monopolio nacional por sus pingües beneficios.

Tras el terrible incendio ocurrido en el Alcázar de Madrid en la nochebuena de 1734, que no dejó absolutamente nada del edificio, Felipe V ordenó que el nuevo palacio fuera de piedra y ladrillo. A excepción de puertas y ventanas, no hay ni una sola viga de madera.

Tiene la mayor colección mundial de Stradivarius, y colecciones únicas de tapices, porcelana, mobiliario etc. Se trata de la mayor colección mundial de Stradivarius Palatino. Son cinco instrumentos de cuerda fabricados por el célebre Antonio Stradivarius hacia 1696. Dos violonchelos, dos violines y una viola.

La escalera, llamada De Embajadores, rediseñada por Sabatini, una de las principales joyas del palacio, de estilo imperial con tres rampas paralelas de 5 metros de anchura cada una, a la cual se accede desde un zaguán de columnas rosadas que atraviesa la fachada principal, y que permite la entrada de carruajes (en la presentación de Credenciales, por parte de los embajadores, se sigue la costumbre de ir en Carroza, de las cuales también hay una buena colección y muy bien conservadas) hasta los pies mismos de la escalera, donde una gran escultura de Carlos III les da la bienvenida. 

Galería de fotos

 

Vídeos del Alcázar


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